Es el que porta la camiseta quien tiene la facultad para anotar un gol. Nadie más. Solo aquel que fue elegido para conformar un once. Alguno de los que pisa la cancha y ejecuta de la manera más cercana a como lo imaginó antes de ir a la cama.
Que yo sepa, nunca alguien fuera del campo ha convertido un tanto. Ni un entrenador, ni un aficionado, ni un graderío; mucho menos el narrador que lo canta o el analista que explica el por qué de la anotación. Tampoco el que escribe la reseña del encuentro o el que realiza las entrevistas tras el silbatazo.
En tiempos donde los insaciables y voraces tentáculos de las redes sociales aglomeran el debate en un mismo flujo sin filtro alguno, con apasionamientos desmedidos y con mentadas arremolinadas en el anonimato, ahora los culpables son los medios y por ende los comunicadores cuando un equipo y/o entrenador no consigue los resultados deseados.
Antes que el reclamo o la exigencia al protagonista de la cancha, vendrá la amenaza y la descalificación a quien opina o analiza la situación mientras el aficionado cobija y apapacha al jugador por creer que dejará de ser incondicional si se le ocurre apenas criticar.
Ahí estarán entonces los comentaristas, reporteros y analistas, con o sin el tan socorrido "pseudo" que avientan por delante como arma de humillación. Los malos del cuento que pierden partidos, que fallan penales y que dejan escapar campeonatos.
Hoy "comemos" -dicen- de Cruz Azul. Hace dos torneos comíamos de Chivas. El siguiente quizá comamos del América, Tigres, Toluca o Femexfut.
Pues buen provecho entonces. Metamos todos la cuchara y engordemos el caldo para que nunca nos vaya a faltar.
Mientras tanto, a seguir intentando hacer un gol desde aquí.
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